domingo, 3 de enero de 2010

Gusto de encaje.


Hoy quiero ser cursi. Pero cursi de verdad y al máximo. Ser el legado más fuerte de sensiblecursería visto jamás des de los años más esplendidos del rococó. Hoy me van los pastelones, la porcelana y la estética sofisticada y repolluda. ¡Mamá, trae botes de purpurina! Estas zapatillas necesitan un pequeño cambio de imagen. Hoy toca desfile de tules, abalorios y diamantes de imitación. Peluca rosa y colores satinados por doquier. Toca recordar y amarrarse a lo mejor del mal gusto; según el punto de vista de quien lo asuma. ¿Y sin rechistar, eh? Vivo del cliché y me aferro a las expresiones magnificadas de los sentimientos. Los suspiros capaces de hacer volar los manteles y los poetas de palabrería rebuscada y aura hasta en las revueltas de sus nudillos. Porque no hay nada más cierto que esto: “para vivir inviernos y enfermedades no hay nada como lo cursi”. Pues vale. Asomo a mi ventana cargada de gafas de pasta amarillas, cerezas por pendientes y bufanda de plumas. Me pongo tus viejas camisetas. Esas que ni marcan cintura, ni hacen tipín de quitar el hipo. Pero a ti te sentaban tan bien que compensan cualquier tipo de demagogia estética que yo pueda cometer en este día de pura palabra de amor para el idilio. Además pienso entonar pop destilado y canciones de musical. Sí. Hoy me lo permito. Desafinar, tras un telón improvisado con sábanas de encaje, hasta hacer estallar los búcaros de boca alta y los candelabros impregnados de brillo imborrable y programar el punto álgido de mi actuación con un estallido de confeti, flores de tela y aplausos grabados en cassette. Hoy me aferro a los dictámenes de lo pomposo y el cutre-luxe. Lejos del paraíso de la elegancia pero aglutinada entre los fundamentos del colorín, la psicodelia, los culebrones y como no, de la lentejuela.

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